17.9.12

Las Preciosas Ridículas

De Izq. a Der. Arriba: Alejandra Alliende, Ana Schlimovich. Abajo: Ana Morón, Julieta Daga y Mariana Garay


Un dia la llamé a Ana Morón con una gran idea, hacer una obra de Molière, en el Café Molière.
A Ana la conocí en el examen de ingreso del Conservatorio Nacional de Arte Dramático. La última prueba era una improvisación libre e hicimos dos personajes, el Rata y el Pascual, creo que planeábamos una fuga de la cárcel. No funcionó. Ninguna de las dos entró al conservatorio. Pero nos hicimos amigas, Ana fue mi primera amiga porteña.

Habían pasado dos años desde los intentos fallidos, el de fuga y el del ingreso al conservatorio. Ana finalmente entró en la EMAD, Escuela Metropolitana de Arte Dramática, y yo estaba estudiando diseño de indumentaria en la UBA y teatro en el Rojas con un profesor que me había recomendado ella, Eduardo Rivas, de la escuela de Alejandra Boero. Con él conocí la Comedia del Arte.

- Qué coincidencia, me dijo Ana, justo estoy haciendo una obra de teatro de Molière, "Las Preciosas Ridículas", así que no me puedo comprometer porque ya estoy con ese proyecto, estamos preparando la obra para participar del Festival de la Muestra.
- Ah, qué bien, le dije desilusionada. Y por ahí quedó la gran idea.
Una semana más tarde, Ana me llama para contarme que una de las chicas que estaba en el grupo, no iba a seguir, y si me interesaba participar.
- Claro, obvio.
- Es para el personaje de Marotte, la mucama.
- Perfecto, todo bien.
- Bueno, te llamo para avisarte cuándo ensayamos.
Corté el teléfono feliz.

Pasaron unos días y Ana me llama. Pero para decirme que había un problema. Se me heló la sangre, se comprimió el corazón, se me hundieron los ojos y la estaca que aparece en los casos de angustia, se me clavó un poco más.
- ¿Vos podrías hacer el personaje principal, Mascarilla?
- ¿eh?
- Es que tuvimos un problema en el grupo con la que lo iba a hacer y bueno, se decidió que no lo va a hacer...
- ...
- Así que se me ocurrió que lo podrías hacer vos, si querés.
Aceleración precipitada de latidos, calor, sofoco y una sensación placentera galopando por la sangre. De mucama a personaje principal.
- Claro, me encantaría.

Empezaron los ensayos. Cinco mujeres: Ana Morón, Alejandra Allende, Julieta Daga, Mariana Garay y yo. Todas de la EMAD, menos yo. No había director, la dirección era colectiva, lo mismo que la adaptación del texto. Nos llamábamos las Bergantes Rarisabidillas.
Con una disciplina estoica ensayamos tres o cuatro veces por semana durante ocho meses. Hicimos las máscaras, confeccionamos el vestuario nosotras mismas, definimos la escenografía, conseguimos dos músicos de lujo para acompañar el espectáculo en vivo, Javier Canolik y Ezequiel Menalled -Ezequiel es ahora un compositor consagrado de Las Hayas, y Javier, un baterista y percusionista exitoso-. Con estreno y segunda función en el teatro El Callejón de los Deseos, ganamos el primer premio del Tercer Festival de la Muestra del Callejón de los Deseos.

Ana y Mariana eran las primas ridículas, Cathos y Madelón. Julieta interpretaba a Gorgibusa -adaptación femenina de Gorgibus, padre y tío de las ridículas- y al amigo cómplice de Mascarilla, un gordo borracho encantador. Alejandra hacía de Marotte, la mucama, que por momentos paraba la obra para explicar la jerga complicada del texto, y también interpretaba a Le Grange, que, despechado por no haber sido aceptado por las ridículas por no poseer ningún título de nobleza, me enviaba a mí, Mascarilla, su criado, para hacerme pasar por un marqués ante las primas ingenuas. Mascarilla era el típico petiso mujeriego y creído, y Mariana, mi pretendida.

Durante un año presentamos la obra los sábados a la noche en la Av. Corrientes, en el Teatro Liberarte. La promoción era desopilante. Nos parábamos vestidas con nuestros personajes del Siglo XVII en la esquina de Corrientes y Callao, para hacer escenas fijas, mientras alguna de nosotras repartía los volantes. No cualquier volante, unos anuncios estilo medieval, impresos en papel madera, enrollados como pergaminos. Una vez hicimos una gira a bordo de un Citroën 2CV rojo descapotable, con dos antorchas, apareciendo por el techo. La gente aplaudía, miraba atónita, la escena era totalmente desubicada en ese cotidiano porteño.

Viajamos de gira a Paraná, donde hicimos dos funciones seguidas y colmadas de gente en el teatro de la Asociación Israelita; nos presentamos en la Biblioteca Nacional, a sala llena; en el teatro municipal de Ituzaingo. Salimos en algunos programas de radio y en un canal de cable. Después del segundo verano, Julieta quedó embarazada, se volvió a su Córdoba natal y el grupo se disolvió.

De Las Preciosas Ridículas logramos una adaptación fantástica, en forma totalmente autogestionada. Cinco mujeres en el mando. Fue un milagro que me enseñó a ejecutar ideas como ninguna facultad o escuela lo hizo. Hoy, Ana Morón, actriz y bailarina, dicta un taller de teatro reconocido en el medio artístico; Alejandra Alliende es una narradora de historias consagrada; Julieta Daga es una de las actrices más prolíficas de las escena teatral y televisiva cordobesa, y de Mariana, como pasa con algunos amantes fervorosos, no supe más nada, sólo que vive en San Martín de los Andes.

Voy a digitalizar el vhs de la obra para subirlo a youtube, si no lo hice antes es porque cuando lo volví a ver, hace un par de años, ví que el petiso creído estaba con unos kilitos demás.

9.9.12

las anas


todas las anas en una

Buscando otra cosa encontré la carpeta MIS ESCRITOS. qué nombre, no me gusta, pero tampoco lo cambio, es como un identificador de esos que vienen con la computadora, mis archivos, mis imágenes, mis escritos. Ahí adentro estaban los cuentitos viejos, escritos en los 90, que tanta pena me había dado perder. Apenas encontré la carpeta me puse a leer algunas cosas, no me parecieron grandiosas, pero tampoco tan malas, las leí como si estuviera leyendo a otra persona. 

Entre historias sin terminar, cuentos cortos y textos que imitaban al autor del libro que estaba leyendo, encontré la narración que casi dos décadas después terminó perfilando este blog.





Autorretrato

Si tuviera que describirme a mí misma, debería nombrar uno por uno todos los enanitos que forman parte de mi persona, que habitan en mi interior.
Pueden pensar que estoy loca, pero no lo estoy ¿Ven? este fue el enano paranoico que en seguida se da por aludido, aunque nadie haya dicho una palabra, aunque ni siquiera se haya cruzado un pensamiento fugaz por alguna de las mentes de quienes lo rodean... él prefiere pensar lo peor, y que, por supuesto, ese pensamiento atroz va dirigido a él, porque no sólo es paranoico sino que también es egocéntrico.

Como decía, los enanitos son todo lo que soy, los puedo sentir, los puedo ver cada vez que se asoman. A veces los reconozco fácilmente, otras veces me olvido de que existen, pero ahí están, siempre están.

Son parecidos pero ninguno es igual al otro, como los pitufos, pero estos son verdes. Sus facciones son el espejo de su carácter. Por ejemplo, en este momento apareció el enano detallista, tiene el ceño fruncido y los ojos entornados, como si quisiera ver más allá. Está pendiente de si me olvido de algo, preparado para señalar lo que falta o lo que sobra. Suele aparecer muy seguido, es tremendo, no se le escapa nada, y cuando se junta con el perfeccionista son insoportables, están siempre en guardia, a la espera de algún desliz. Generalmente aparecen juntos, los dos parados de brazos cruzados, con mirada desafiante, alerta. De repente, haciéndose camino entre el detallista y el perfeccionista, apareció el enanito soñador, me viene a rescatar de estos dos inconformistas para llevarme de paseo a algún lugar. A este enano le tengo aprecio, siempre aparece con su mirada risueña y una leve sonrisa instalada en su rostro. Se presenta sin aviso, no es demasiado respetuoso, jamás se detiene a observar dónde o con quién estoy. Me toma de la mano y me lleva lo más lejos posible. Recorremos diversos lugares, un mar azul e infinito con sus aguas tibias y protectoras, alguna selva escondida, una nube negra y densa que me envuelve hasta quitarme el aire, un vacío transparente y profundo en el que si no fuera porque yo lo obligo a volver, se quedaría para siempre.

No sé por qué, me acordé en este momento del enano enamorado ¿enamorado de qué? de cualquier cosa. Puede enamorarse de una planta y de una persona con la misma pasión, él ama la mayor parte de las cosas que se le cruzan por el camino, me gusta porque ama más allá del límite. Para él todo es simple, muchas veces lo espío cuidando que no me vea, ahora está sentado en un rincón, con cara de enamorado, mirando al resto de los enanos que se disputan el poder: el enano racional toma la palabra y se despacha con un discurso impresionante, hasta que viene el enano impulsivo y lo calla de un manotazo, el justiciero en seguida se entromete e intenta aplacar la situación, sin conseguirlo y es ahí cuando se acerca el enano pesimista, con el rostro arrugado por la amargura y los hombros caídos por el desgano, a decir que esto no tiene arreglo, que nunca se van a poder arreglar las cosas, ni con justicia, ni con palabras, ni con nada; y ante semejante espectáculo el enano enamorado, todavía sentado en un rincón, piensa para sí mismo “con un poco de amor, todo se arregla con un poco de amor”.
 
No me puedo olvidar del enano aventurero, ese sí que me gusta, es valiente, se lanza por la vida para que ésta lo sorprenda, se mete sin pensarlo dos veces, cuando aparece me sube eso que llaman adrenalina, sé que algo va a pasar. El me dice que de eso se trata, que a la vida hay que pasarla por encima, por debajo y por adentro, nunca por el costado, que a las cosas que uno quiere hay que ir a buscarlas, que no vienen solas, se quedan esperando a que uno se abalance sobre ellas, y además me confesó que cuando las cosas ven tanto entusiasmo, tanto coraje junto, se ponen de nuestro lado. Y es cierto, yo lo confirmo cada vez que dejo que mi enano aventurero haga de las suyas. Es simpático y bien fornido, desprejuiciado y desenvuelto, va a paso seguro en busca de emociones. Con él me siento viva. Muchas veces se pone de acuerdo con el enano viajero, el trotamundos incansable que, lógicamente, siempre está bien predispuesto para las aventuras; entre los dos planean un destino y cuando llegan a un acuerdo toman el mando del navío y zaz! allá vamos todos embarcados.

Me quieren convencer a toda costa de que no hay mejor manera de disfrutar la vida. Debo reconocer que no deben esforzarse demasiado para que yo piense igual, pero cada vez  que estoy a punto de darles la razón, aparece el enano responsable para hacerme reflexionar, con sus anteojitos ovalados y su voluntad de acero, me repite la perorata de siempre: que en la vida hay cosas más importantes que andar paveando por ahí, que si quiero triunfar y trascender debo esforzarme y asumir mis responsabilidades, que yo tengo un deber en este mundo que tengo que cumplir y que si sigo entreteniéndome con estupideces nunca voy a llegar a nada. En realidad tiene razón, además, que sea responsable no quiere decir que sea autoritario, él acepta el camino que yo elijo, nunca se opuso a que fuera probando distintas opciones hasta descubrir cuál era mi verdadera tarea en esta vida. Me alentó en cada decisión, siempre que la tomase con la seriedad que se merecía. No tengo nada que objetar, salvo que, a veces, sea demasiado responsable y eso no lo opino solamente yo, también lo dicen el enano soñador, el impulsivo, y sobre todo, el enano despreocupado, que está más allá del bien y del mal y que lo único que quiere es que yo la pase bien, mientras eso suceda todo lo demás no tiene importancia. Él es libre, en su cabecita no entran ni los escrúpulos, ni la moral, ni las reglas, ni nada. Para él, la vida se basa exclusivamente en el placer. Desde luego que esta postura siempre es puesta en tela de juicio por los enanos que tienen que ver con las cuestiones del deber, pero al despreocupado no le afecta en lo más mínimo, él se limita a subir y bajar los hombros y a decir “y a mí qué me importa”, después se da media vuelta y se va a jugar con el enano creativo, el artista y el enanito niño que la están pasando de maravilla inventando locuras para divertirse. Espero que no me escuchen los demás, pero estos tres, son unos de mis enanos preferidos, y son los que, en definitiva, más influyeron en las decisiones que tienen que ver con mi forma de vivir y de ganarme la vida. Hicieron un esfuerzo muy grande, me agarraron de pies y manos cuando vieron que el enano del deber; que se fija en lo que piensa el resto de la sociedad, que acepta sin chistar las reglas que alguien alguna vez decidió que eran la única manera de vivir y que se resigna a la normalidad agachando la cabeza, sin preguntarse qué es normal y que es anormal; intentó llevarme con él. Contra viento y marea lucharon para que no me fuera por un camino que yo no elegía. Se aferraron a mí porque confiaron en mi esencia y en mi espíritu más que en mi cerebro. Les voy a estar eternamente agradecida por lo que hicieron, de otra forma, me hubiese asegurado la infelicidad. En realidad sí quisiera que alguien me escuche, quiero que estas palabras le lleguen bien claritas a uno de los enanos, al crítico, que en este momento se hace el sordo y mira para otro lado. Ese es un enano de mierda, es el único enano que realmente aborrezco. Razones me sobran para hacerlo. No sólo no sirve para nada productivo sino que además se empeña en arruinar todos mis intentos y mis logros. Aparece en mis mejores y en mis peores momentos, siempre aparece. Se burla de todo lo que hago, no me deja escribir, ni jugar, ni actuar, ni amar en paz, siempre está ahí para decirme que no sirvo, que nunca voy a llegar a nada, que lo que hago debería darme vergüenza, que nadie me quiere, que me merezco todo lo malo que me sucede y otras mil calamidades. Me atormenta con su sadismo, a mí y a todos mis enanos. Pero es tan grande y poderoso que nos va a llevar un buen tiempo deshacernos de él. (El enano esperanzado me dice al oído que no pierda las ilusiones y que todos me van a ayudar).


Sé que todavía me queda hablar de muchos enanos más, del enano caprichoso, del sexópata, del intelectual, del miedoso, del glotón, del enano chistoso y de muchos otros; todos igualmente importantes. Pido disculpas a todos los que no nombré, no se ofendan, pero el enano cansado, un viejito desdentado que se cansa hasta cuando duerme, tocó la campana, me quiere quitar el lápiz que sostengo con mi mano derecha y me avisa que en un instante va a apagar la luz.
o que é pra ser, dá prazer