Hace varios años, unos... 15 por lo menos, escribí un cuento. "La tía Irma" salió de mi cabeza en una hora y media de encierro en mi cuarto. Ya vengo, le dije a mi hermano, y me fui a sentar a la computadora, mi primer computadora. Cuando salí tenía dos hojas impresas y un cuento. Mi hermano nunca me creyó que ese cuento lo escribí yo, en ese momento. Y a mí nunca me volvió a pasar algo igual. Estar ocupada en algo, decir ya vengo, vomitar una historia con principio, medio y fin, sin premeditación.
Lo llevé años más tarde al taller literario que iba, y no recibí grandes elogios ni duras críticas, era un cuento y lo más impactante era, ahora lo sé, la forma en que salió, por eso a mi hermano le pareció fantástico.
"La tía Irma" se perdió junto con todo mi material escrito durante mis primeros 25 años de vida, recopilados cuidadosamente en una carpeta que hasta hoy se sigue llamando igual: MIS ESCRITOS. Supongo que es la carpeta más importante que tuve y tengo -ahora es otra, pero se llama así-, más importante incluso que mis carpetas de fotos. Tan importante que no entiendo cómo pudo perderse. De todas las cosas guardadas en backups, cosas que parecían escenciales, que merecían ser guardadas y que nunca jamás necesité, ni miré; de todos los archivos almacenados y copiados en unos cuantos disquettes, cds, dvds, la que decía MIS ESCRITOS fue la única que no encontré. Ya hablé sobre este tema en el blog, alguna vez. Creo haber dicho también que me había pasado un buen tiempo digitalizando todo lo que tenía guardado en papel, en cuadernos, en hojas sueltas, porque me parecía más seguro, y ocupaba menos lugar. Tiré todos los papeles, y evidentemente, por algún error que no logro recordar, tiré también todas las copias digitales.
Mi mamá encontró algún que otro papel, una poesía, una reflexión, las obras incompletas de una chica desordenada que guardaba lo que al final no tenía importancia y se deshacía de lo que sí. Hace un tiempo encontré el cuaderno del curso de literatura con la copia que había llevado impresa de la tía Irma. Lo releí, contenta de tenerlo de nuevo, y contenta de confirmar que escribo hace tiempo. Supongo que por la época en que lo escribí estaba leyendo algún libro de Isabel Allende, o alguna escritora latina. Bueno, a redigitalizar a la tía, sin edición, y liberarla en el misterioso espacio de esta maravilla que se llama Internet.
La tía Irma
Esa tarde fuimos a tomar el té a la casa de la tía Irma, la menor de las hermanas. La tía Irma era renga, había quedado coja después de un accidente que tuvo cuando trabajaba en los maizales, hace muchos años atrás. Yo todavía no estaba ni en los planes para ese entonces, pero más tarde, en la época en que estaba aprendiendo la tabla de multiplicar del siete, me contaron que ella solita se había metido debajo de las ruedas de un tractor.
La tía trabajaba en el campo con su primo segundo, con quien parece que no se llevaba demasiado bien, y un día, nadie sabe a ciencia cierta por qué razón, la tía Irma se montó en cólera y se fue a enfrentar a su primo segundo cara a cara. Cegada por su enojo no se percató de que el primo corría con ventaja, ya que venía conduciendo el maltrecho tractor, haciendo la ronda diaria. La tía se piantó en el camino haciéndole frente, echaba fuego por los ojos. Mientras que el primo se acercaba rápidamente gritando palabras que llegaban como gruñidos a los oídos de la tía Irma, y que la hacían enfurecer aun más. La distancia entre los dos se hacía cada vez más corta. El primo gritaba más fuerte y la tía le devolvía un montón de palabrotas que no me está permitido repetir. Lo único que puedo decir es que las últimas palabras que pronunció la tía Irma antes de quedar con las piernas desparejas fueron "yo de acá no me muevo, me tendrás que pasar por encima". Y así fue. Gracias a Dios alcanzó a tirarse para un costado, salvando toda su vida menos un pié, el izquierdo.
Se puede decir que lo que hizo la tía fue muy valiente. Yo más bien diría que fue testadura y, sobretodo, sorda. Porque lo que su primo le repetía, desgarrándose la garganta, era que el tractor se había trabado, que no lo podía detener ni desviar y que, como si fuera poco, se le había atascado un pedazo del pantalón en la rajadura del asiento, así que le era imposible saltar.
La tía Irma jamás lo perdonó, es la única de la familia que no creyó la versión que dio su primo segundo, del que, dicen, era más bueno que el Quaker. Digo era porque una noche, dos años después del accidente, desapareció. Nadie sabe qué pasó con su persona, nadie lo vio salir ni caminar por ahí, nadie lo encontró nunca más en ningún lugar.
Las malas lenguas, que estaban a su favor, dicen que se lo llevó Dios al cielo para darle otra oportunidad. Inesperadamente, las otras malas lenguas, que para llevarle la contra a las primeras se tendrían que haber puesto del lado de la tía Irma, coincidieron por primera vez con sus enemigas. Ellas también aseguran que al primo se lo llevó Dios. Pero para no ser menos que las primeras malas lenguas, éstas aseguran que antes que se lo lleve el Todopoderoso, la tía Irma mató a su primo segundo con sus propias manos, silenciosamente y sin que nadie la vea. Dicen que le puso las manos al cuello con tanta fuerza que en menos de nueve segundos el pobre dejó de respirar. Dios le dejó el trabajo sucio a la tía Irma y después se lo llevó silbando bajito, como quien no quiere la cosa.
Al final, con tantas historias, yo no sé a quien creerle. Para colmo, después de la desaparición del primo a la tía le agarró amnesia, o por lo menos eso dice ella.
Tengo que confesar que lo que a mí más me intriga es saber por qué se había enojado tanto la tía Irma. También hay diferentes versiones sobre este asunto, pero las voy a dejar pendientes porque, en realidad, lo que yo quería contar desde un principio era que esa tarde, cuando nos reunimos a tomar el té en lo de la tía Irma, la abuela Memé, que en realidad no es mi abuela pero yo la quiero como si lo fuera, nos contó la historia de Manuel, el afilador de cuchillos.
12.2.12
6.2.12
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