28.4.10

:: 2 de 108 sucesos en Rio de Janeiro >> Los Perros II

(Si no leyeron Los Perros / 1 de 108 sucesos en Rio de Janeiro, es un buen momento para hacerlo.)

Reconozco que no tengo coraje. Ni para iniciar una larga expedición por el camino de la legalidad, acudiendo a fundaciones de protección de animales, a secretarías de sanidad e higiene, al centro vecinal o algún ente que pueda encargarse de sacar estos perros de mi ventana. Menos coraje tengo para envenenarlos. Son demasiados, sería un genocidio, yo que me erizo ante la muerte de miles por decisión ajena.

Un día me propuse investigar un poco el terreno, como tenía que bajar al centro decidí hacerlo por unas escaleras que nunca había utilizado, descienden directamente al supermercado Mundial, sobre la Rua Riachuelo. Atraviesan caseríos que van declinando en belleza a medida que se va llegando al nivel del mar. Es por esas escaleras que se llega a la casa de los perros, por la calle empedrada que se ve desde la terraza de mi casa, donde hay dos fuscas estacionados y ningún otro auto, y, a veces, algunos chicos jugando, pero nada más. La casa de los perros es la última. Me fui acercando despacio, disimulando cualquier intención, y al llegar a la puerta me encuentro con una chica de mi misma edad. Fue ella quien me preguntó a quién buscaba. A la señora que vive acá. –Mi mamá, contestó. No está. Por qué asunto? Y toda mi pretensión de mentir, de armar una historia para no desenmascarar mi plan alternativo se fue al diablo. Abiertamente le confesé que los perros eran insoportables, le mostré la ventana de dónde vivía, le pregunté qué pensaban hacer al respecto. –Sí, sí, estamos queriendo vender la casa y llevar los perros a otro lado, vos no te querés llevar uno? –no, yo los quiero matar a todos, pensé y respondí que no con un movimiento de cabeza. Me dio su teléfono, yo le di el mío y me fui. Vencida, conmovida y sin máscara que me proteja de ningún plan siniestro.

Desde abajo, los ladridos se escuchan menos.

Más adelante, en una cena compartida en casa, Rodrigo manifestaba lo maquiavélico que era mi plan de mezclar chumbinhos -un infalible veneno mata rata, de venta prohibida, que se vende en algunos puntos de la ciudad- con la mejor carne del vecindario. Un banquete inolvidablemente exquisito y mortal. Contaba que había visto un documental donde mostraban cómo los cachorros agonizaban durante 20 terribles minutos antes de estirar la pata. Por qué en lugar de matarlos no les llevás comida? Me dijo con su tono dulcemente luterano. Los cachorros ladran porque tienen hambre. Transformá tu odio e intolerancia en amor, concluyó. Y mi corazón se sintió tan bien ante la imagen de la bandeja de sobras de comida, calmando las fieras, solucionando el problema en forma por demás correcta, justa y compasiva, que dejé de escuchar los ladridos, por unos días, los perros desaparecieron de mi campo sonoro. Los olvidé por completo.

14.4.10

Recital de Matisyahu en el Circo Voador :: Rio de Janiero


RIOscenaXXI es una nueva columna sobre la vanguardia musical en Rio de Janeiro. Las imágenes van por mi cuenta y las palabras están a cargo del Boto Carioca, un personaje entendido en la materia.
El estreno de la columna fue inmejorable. Con una figura única como la de Matisyahu.
Con ustedes las fotos, el video y el texto resultante de la dupla que va a hacer temblar los escenarios cariocas.

El botocarioca y Rio no Mapa embarcaron la noche del sábado (10/04/10) en la nave-madre de la cultura alternativa de Rio de Janeiro, el Circo Voador, situado en el barrio bohemio de Lapa, con el objetivo de participar del gran "ritual" cuya meta era disipar la nube negra que asolaba la ciudad maravillosa desde hacía algunos días.

En el escenario, comandando la fiesta, el joven cantante norteamericano Matisyahu entró en escena en el horario convenido para divulgar su último disco "Light". Cumplió a rajatabla todo lo que la crítica especializada en el mundo afuera ha dicho sobre su trabajo. Con letras fuertes que invocan temas espirituales y acompañado de una banda afinada, el judío ortodoxo practicante transmitió su recado al ritmo de una fusión de rock, reggae, dub y hip-hop. La escenografía para el show era un espectáculo aparte, compuesta por triángulos multicolor graffiteados, que en ciertos momentos daban un efecto 3D, combinando a la perfección con el sonido hipnótico de Matisyahu. El auge de la noche se dio cuando tocó las canciones del álbum "Youth", llevando a la audiencia al delirio.
Animó por casi dos horas y con derecho a un bis, cantando, bailando, saltando y luciéndose en el beat-box, una platea compuesta por personas de las más variadas edades e credos religiosos. Padres acompañados de hijos, parejas, grupos de amigos, católicos, judíos y hasta ateos, en una gran fiesta sabática. Al final, todo el mundo feliz, un cielo estrellado y el pre anuncio de un domingo soleado!

Matisyahu para quien no sabe significa "regalo de Dios".

Las fotos abajo son de la bela fotógrafa argentina radicada en Rio, Ana Schlimovich.
Show do Matisyahu no Circo Voador 10/4/2010

Miren también el video:


Y para cerrar un mensajito del botocarioca: "usar su dinero con cultura no es gasto. Es inversión!

Gracias Boto!

11.4.10

:: 1 de 108 sucesos en Rio de Janeiro >> Los Perros

Los matan. Fue lo primero que pensé. Seguro que vienen unas camionetas negras a la velocidad que arremete la policía militar y los pescan con bolsas, también negras, y ahí mismo le hacen un nudo para que mueran por asfixia. Por eso no los encontraba en Río de Janeiro, donde los vagabundos, cualquiera sea su tipo, abundan. Eso pensé hasta que me mudé a Santa Teresa, donde están todos, absolutamente todos los perros.
Bien en frente de mi casa viven tres, duermen en mantas rotas y cajas, bajo el techo de la Estación Curvelo, una de las estaciones donde para el último tranvía carioca. La encargada de mi edificio tipo casa los detesta, a ellos y a la vieja que los alimenta. Varias veces ya ví al más clarito acostarse en el escalón de entrada al predio. Ocupa todo el largo del escalón, y cuando uno abre la puerta espera que el cachorro se levante por el susto, o por respeto, o para adoptar la posición de alerta y mostrar sus dientes ante la incomodidad producida por la presencia humana de cualquiera que no sea la responsable de su dieta. Pero no, el perro no se inmuta, hay que pasarlo por encima, sin más.
A la noche ladran, a veces se dividen por sectores, los de la estación solos, los de la estación con algún perro que pasea. Ladran llamando a la jauría vecina, que se adhiere gustosa por tiempo indeterminado. Ladran fuerte los perros de Santa Teresa, ladran a lo brasilero.
En la parte de atrás de la casa, que da a un valle pronunciado, con un todavía equilibrado conjunto de casas, edificios, basura y vegetación tropical, los perros son más, muchos más. La proporción, según mis cálculos, debe ser de un perro cada cinco personas, un cálculo basado en lo que escucho.
Mi habitación provisoria -un cuarto chico con piso de madera, una ventana antigua, alta, de dos hojas y un armario de un cuerpo incrustado en la pared- da al frente, al tránsito pesado de los colectivos que vienen subiendo la cuesta, cada vez más destartalados por el efecto de la inclinación, los adoquines y las vías del bondinho o tranvía; y el propio bondinho, que deja la estela de un sonido metálico, eléctrico pero sin homocinética. La habitación definitiva, un cuarto amplio, pisos cerámicos y un ventanal de dos metros y medio que da a la ladera del morro, da a los perros. Entre transporte y perros, elijo perros. Sobre todo porque contra el transporte no hay nada que yo pueda hacer, pero contra los perros sí.
Hace una semana que me mudé al cuarto de atrás, al grande y definitivo. Me mudé cuando me compré la cama matrimonial. En el otro cuarto no tenía cama de ningún tipo, dormí un mes en un colchón prestado de albergue juvenil, de esos que cuando uno se acuesta no queda nada, desaparece la espuma, en el piso. La cama me la compré el día que sentí que la dignidad no estaba más conmigo. Dormir en ese colchón y en el piso me estaba quitando la dignidad.
Hace también una semana vengo desarrollando una intolerancia progresiva hacia los perros. Ya localicé un grupo grande, viven todos juntos en una casa con techo de chapa, al pié del cerro. A veces salen a pasear entre la basura, ya los ví copulando y husmeando entre trastos viejos. Generalmente ladran fuerte, pero a veces se confabulan y empiezan a aullar, todos a la vez, como una invocación perruna para que descienda no sé qué puto dios, dura por lo menos diez minutos el ritual, y tardan sólo otros cinco en empezar a ladrar de nuevo. No duermen, los perros, o tienen el sueño entrecortado. Me levantan a eso de las dos, seis, cuatro, con ladridos, aullidos de ritual o aullidos de pelea, que difieren en intensidad y en tono. Me pregunto cómo nadie hizo nada hasta ahora, porque yo, que vivo hace poco más de un mes en este barrio, estoy dispuesta a matarlos, sin piedad y sin culpa. Estoy resolviendo si envenenarlos o darles con un aire comprimido. La primera opción es más fácil, conseguir carne, un veneno de rata, chumbinho como le dicen acá, y tirar varios pedazos en el terreno baldío por el que pasean, o llegar hasta la puerta de la casa, en algún horario de poca circulación, y arrojar la carne directo al balcón donde ya los ví pararse a ladrar. El aire comprimido tiene más que ver con unas ganas intrínsecas de cagarlos a tiros.
El anonimato está garantizado. Mi plan lo conocen sólo tres personas, que nada dirán. Y para cuando ustedes lean estos, ni los perros ni yo vamos a estar acá.