La primera vez que ví esa danza con fuego fue en Tailandia, en el año 2000. En Krabi, una playa con cavernas, estalactitas, monolitos gigantes, lagunas, cascadas y esta mujer bailando con fuego. Parecía que estava en transe, con una gracia hipnótica hacía movimientos sutiles y el fuego formaba círculos, figuras, juegos. Lo primero que pensé fue: yo quiero hacer eso.
Supe que se llama poi, y en Ko Phi Phi, la isla en la que se filmó la película The Beach, de Danny Boyle, con Di Caprio, a dos horas de barco desde Krabi, una española me mostró las famosas cadenas. Girarlas con coordinación resultó ser dificilísimo.
Un año más tarde, de viaje por Ecuador, decidí fabricar las cadenas. No me acuerdo exactamente cómo pensé en hacerlas. Se me viene la imagen de estar en Baños, una diminuta ciudad de montaña, a los pies del volcán Tunguragua -que por esa época echaba humo-, y estar en la puerta de una ferretería -ya había recorrido todas las ferreterías del pueblo- y encontrar ahí mismo a dos malabaristas. Leonel y Fabián, ecuatoriano y colombiano. Nos hicimos amigos. Me fui con ellos a Quito y ahí compramos amianto. Paseábamos, dormíamos en el Guápulo, ellos hacían malabares en los semáforos y yo pasaba la gorra. Odiaba hacer eso, pero lo hacía igual, y había que hacerlo bien, con firmeza y simpatía, para ganar algo de plata.
En ese viaje aprendí a rotar las cadenas. De vuelta en Baños, pasé un tiempo con la Caravana Arco Iris, un grupo de viajeros de todo el mundo que estaba recorriendo Sudamérica a bordo de un omnibus y que se asentaba durante un tiempo en algún lugar, y empezaban a interactuar con la comunidad, haciendo presentaciones de circo, trapecio, malabares, teatro, cursos de permacultura, talleres y todo tipo de actividades lúdicas y sociales, a cambio de un lugar para levantar campamento -muy bien equipado por cierto-. Con ellos vi Baraka por primera vez y actué en una obra de teatro que presentaron en la plaza principal de Baños: "El hombre de la armadura oxidada". Todo muy hippie-chic revelador. Nunca antes había escuchado las palabras permacultura y sustentable.
Las cadenas me desencadenaron. Entendí que el flujo del movimiento es un reflejo natural corporal. La mente no tiene ninguna cabida, cuando se piensa viene un cadenazo fuerte con esa punta de amianto duro, un tronillo de acero y tuercas. Tremendamente duros son los golpes. Fluir, esa era la clave. Entender el movimiento y después fluir.
Cuando volví a Buenos Aires, en septiembre del 2001, sabía jugar con fuego. Diciembre fue trágico, con el corralito, perdí todos mis ahorros, y gané impulso y creatividad. Les propuse a los mismos músicos de Las Preciosas Ridículas, Javo Canolik y Ezequiel Menalled, mezclar la magia del fuego con la música de los tambores. Así nació Fuerzas Invisibles.
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