18.7.10

5 de 108 sucesos en Rio de Janeiro >> El Fusca (parte II)

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El fusca amarillo andaba mejor, mucho mejor diría yo, que no puedo decir mucho porque no conozco de autos, aunque los manejo desde hace años, pero nunca un auto que tuviera mi edad. Me gustó, le dije a Severino que lo iba a pensar.Después de ese día me olvidé del tema, salí de viaje unos días pensando que otra vez dejaría pasar una buena oportunidad. Pero al volver, el patito seguía estacionado en la puerta del edificio de Erika, brillante, encantador. Decidí que lo mejor era que lo viese alguien que entendiera no sólo de autos, sino de fuscas, y me puse en contacto con Baptiste, un francés estudiante de arquitectura fanático de la línea de vehículos alemana. Él mismo se había comprado un fusca en Rio y cuando le conté de mis ganas de adquirir uno, se ofreció cabalmente a ayudarme con la elección. Pasé por el edificio para dejar avisado que al día siguiente iría con mi mecánico a ver el autito, feliz por la sensación que me propiciaba hacer las cosas como se debe. A las seis de la tarde me sorprendí al ver llegar a Baptiste puntulmente al punto de encuentro que habíamos combinado, la boca del metro de la estación Gloria. Como el metro nos dejaba lejos tomamos un ómnibus y saltamos a poca distancia del edificio de Erika, y de mi promisorio fusquita, que seguía paradito como siempre. El que no estaba era Severino, llegaría daqui a pouco me decían sus colegas, socarrones. Fuimos a esperar a un barcito, donde invité algunas cervezas a modo de agradecimiento y charlamos sobre nuestro corto pasado carioca. Baptiste, es el tipo de francés desaliñado y bien parecido, tan ávido de quitarse la etiqueta parisina como imposibilitado para hacerlo. Me gustaba superficialmente, su cara cuadrada, sus ojos grandes, almendrados, su boca perfecta, su encantador acento que hacía sonar el português todavía más lindo. La cerveza y la libido empezaban a subirse juntas a mi cabeza, pero bastó bajar la vista, recorriendo el atuendo de feria americana, con pocos lavados, e indefectiblemente terminé imaginando el olor de sus calzoncillos y ahí se me terminó la pasión. Volvimos a eso de las ocho para ver si dábamos con Severino. Allí estaba el gordito con cara de bonachón, con llave a mano y disposición. Baptiste se tiró al suelo para revisar el fusca por debajo, de noche, y en la oscura calle Rui Barbosa, calculo que poco habrá podido ver. Pidió para abrir la puerta del motor, que en los fuscas está atrás, y se aferró con fuerza a ese disco redondo que gira cuando el motor está en marcha, manipulado por una cinta gruesa de goma. La importancia de que el disco estuviera firme parecía vital. Estaba. Nos subimos los tres al auto -yo al volante- para sentir el andar. Todavía me costaba meter la tercera, que estaba mucho más a la derecha de lo usual, pero de no ser por eso el auto ya se me había vuelto familiar. El motor soportó la velocidad sin chistar, y Baptiste afirmaba con la cabeza sobre el buen estado del volkswagen, dándome vía libre para seguir adelante con la negociación.Nos fuimos juntos en el Metro, conversando de cualquier cosa, él con la satisfacción de sentirse entendido en un tópico y consultado por ello y yo tranquila con su veredicto sobre mi posible futuro primer auto en Brasil.

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