19.8.10

5 de 108 sucesos en Rio de Janeiro >> El Fusca (parte final)

El sábado amaneció radiante, y yo otro tanto. Finalmente era propietaria de un auto, un fusca! según Daniel me quedaba hermoso el modelito. Tenía que ir a Tijuca, un barrio tradicional de la clase media de Río, adonde nunca había ido. El patito me esperaba tal como lo había dejado. Encendió de primera y nada le costó descender la cuesta, sus frenos eran infalibles, yo cantaba, sonreía, aspiraba con gusto el aire cálido de un día que prometía alcanzar los treinta y largos grados. Bajé por la calle de mi casa, la Rua Joaquim Murtinho, por donde pasa el bondinho, el único tranvía de Brasil que todavía rueda y lo hace nada menos que por la puerta de mi casa. Llegué hasta Lapa y tomé la Mem de Sá, la calle que me dejaría recto en el corazón de Tijuca, donde tenía que ir a ver una prometedora cama que compré por Mercado Libre, sin foto, pero con una favorabilísima descripción. Un poco antes de llegar a Praça Vermelha, paré a comprar yeso en una casa de materiales de constucción, estaba en época de construcción de mi futuro cuarto permanente y quería recauchutar la pared donde se ubicaría la cabecera de la cama. Auto nuevo, cuarto nuevo, fuerzas renovadas. Cuando volví al fusca el maldito no arrancó. Ni la primera, ni la segunda, ni la tercera ni ninguna de las veces que le di marcha. Bueno, calma, me dije, no pasa nada. Y le pedí a unos muchachos que me empujaran, se juntaron unos tres y al segundo intento el autito arrancó despidiendo unos ruidos extrañísimos, como unas explosiones secas, como si el patito estuviera tosiendo fuerte, echando hacia afuera su catarro añejo. Agradecí con la mano estirada fuera de la ventana y seguí camino con un dejo de rabia y preocupación. Emociones que aumentaban a medida que el asiento iba poquito a poco deslizándose hacia atrás, hasta que ya no llegaba a los pedales por más que me recostara, aferrándome al volante como único medio de sujeción. Reacomodar la butaca significaba tironear hacia adelante y hacia arriba con pequeños saltitos, a la larga llegaba al tope y apretaba la palanca que supuestamente impediría que el asiento se moviera del lugar, pero la distancia elegida duraba cada vez menos, lo que aumentaba mi enojo y mi transpiración.
Llegué finalmente a Tijuca, un barrio de casas y cuadras arboladas, no fue ningún problema encontrar la dirección. Me atendió una señora, la madre del vendedor, que me hizo pasar hasta el cuarto donde se encontraba mi futura cama. O mi portugues era realmente escaso o la descripción del chico era una farsa, producto de su imaginación y sus artilugios de venta. O mi característica compulsividad a la hora de comprar cuando necesitaba de alguna cosa me cegaba ante la realidad, de la cama, del fusca. Probablemente un poco de todo, pero la cama de caoba brillante con una línea dorada coronando la cabecera, parecida a la línea metálica que le faltaba al fusca blanco de la plaza de venta pública, fue demasiado. La amable señora seguía hablando sobre las virtudes de la cama cuando yo me di la vuelta y rápidamente le agradecí su atención y le expliqué que el producto simplemente no colmaba mis expectativas.
Subí al fusca, acalorada bajo el sol del casi mediodía, furiosa por mi ingenuidad y esa impulsividad incontenible que absolutamente siempre terminaba en una gran pérdida de, en el mejor de los casos, tiempo.
No arrancó. El maldito autito no arrancó. Tuve que esperar un buen rato a que pasara alguien que no solo quisiera sino que pudiera empujar. El barrio parecía ser habitado por personas mayores o mujeres paseando hijos en carritos, ningún hombre apto para las tareas de fuerza decidió caminar ese sábado por esa tranquila callecita de Tijuca. Respiré hondo varias veces conteniendo las lágrimas que los vidrios sin polarizar dejarían liberadas a la vista de los inútiles transeúntes. Salí del auto porque estar adentro me hacía odiarlo más, pero principalmente porque el calor era insoportable. En eso pasa una pareja de amigos con los músculos suficientes para empujarme unas buenas cuadras. Les pedí ayuda con mi más encantador sutaque extranjero, mirándolos más a los brazos forzudos que a los ojos, y como mi plegaria fue casi una órden, no les quedó opción. Arrancó enseguida el fusquita y cuando quise sacar la mano por la ventanilla para agradecer el esfuerzo tuve que retener el gesto porque me había quedado con el volante en la mano. El volante y todo el cuerpo metálico que lo sostiene se había arrancado de cuajo. La puta que te recontra parió Severino del orto. Y todas las malas palabras aprendidas se me salían como espuma por la boca, sumado el miedo, el desconcierto y la desolación por haber adquirido una verdadera chatarra de color taxi.
Llegué al centro sosteniendo el volante, haciendo maniobras inadmisibles para conducir el carro, rezando para que encima no se apagara. Pero lo hizo. El auto sin volante además se apagó. Y un señor salió a mi rescate como un mecánico alado salido de algún mágico lugar, algo más significativo que un ángel para mí, en ese momento, en ese estado. Buscó sus herramientas en su auto y ajustó el tornillo caído que sostenía todo el aparataje del volante, un largo y único tornillo que ni siquiera tenía tuerca. Cuando le dije que lo había comprado el día anterior me miró con una seriedad que no dejaba claro si estaba esperando que yo le dijera que era broma o si estaba apavorado por mi incredulidad. En todo caso, me preguntó si no lo había hecho revisar antes, y al recordar la cantidad de ojos que pasaron por la aprobación y desaprobación del auto, tartamudeé y ni sé lo que le contesté. Antes de ayudarme a empujar para que arranque, el ángel de la llave Nro 12 me pidió mi teléfono y mi dirección de orkut. Ante mi negativa dupla no le quedó otra que empujar igual, con otros dos a los que acopló a la misiva. Subí alguna de las cuestas que me llevaban a lo alto de mi barrio, laberintos ascendentes que yo no conocía y que me encontraban al momento en una posición desfavorable para descubrir el acertijo. Me perdí tantas veces como las que el auto se apagó. Llegué a mi casa con la cara y el temple tan desencajados como el volante de la inútil chatarra con la que me podría haber matado.
El paraibano no atendió el teléfono en ese día sabático. Recién cuando salió la primera estrella pude dar con él. Un castigo de mal gusto por ser una judía tan poco practicante.
- Quiero mi dinero de vuelta.

5.8.10

patitas de pollo

Papito querido:

Esta es para vos, que por teléfono me dijiste que estaba muy flaquita. Viendo esta foto vas a ver que no es para tanto y encima vas a aprender a navegar por esta página, y por muchas otras que funcionan igual. Soy tu anzuelo y este blog - y sobre todo este post (publicación)-, mi carnada.

Probablemente por acá me conozcas de nuevo. Más, otra, otras, todas. Esas facetas de las que hablábamos hace un rato, que una filiación, en general desconoce, o en particular, en este particular.

Leé las instrucciones hasta el final, antes de empezar:

Clická sobre la foto que voy a poner al final de estas líneas, se abrirá una nueva ventana con  otro site (otra página) donde vas a ver la foto que te quiero mostrar, completa.

La ventana de mi blog va a continuar abierta, cuando quieras volver, sólo tenés que seleccionar la ventana que dice "las anas". Cuando vuelvas, después de secarte las lágrimas, porque sé que sos de la emoción fácil, seguí paseando por el blog. Cada vez que hagas click sobre algún elemento de la columna central del blog -fotos, títulos, palabras que tengan un color diferente al del cuerpo del texto- la página va a modificarse, si querés volver a la anterior, usá las flechas que tenés en tu programa de navegación -explorer, safari, firefox-. En general estás en el extremo superior izquierdo.

"Volver atrás" te lleva adonde dice.

En cambio, cuando hagas click en cualquier elemento de la columna más fina, a la derecha, se va a abrir otra ventana. Ahí repetimos el procedimiento de la parte de las lágrimas :)

de quién son estas patitas?

Clická aquí y enteráte








Y te acordás de las fotos que estaba sacando en Buenos Aires? son estas: Rio etc


Besos papá! 
te quiero

pd: después contame cómo te fue con la navegación. 

2.8.10

Soñé con vos la otra noche, creo que fue antes de anoche, con tu cintura, plana. Me abrazaba a tu cintura, te rodeaba con los brazos, apretando la cabeza sobre la pelvis, porque hasta ahí llegaba mi altura. Era Alicia en el país de las maravillas. Tengo registrada esa imagen, el resto no lo recuerdo, pero no te soltaba. Fuerte me agarraba, grandote.

1.8.10

5 de 108 sucesos en Rio de Janeiro >> El Fusca (parte IV)

Para leer las 3 partes anteriores de este cuento: click aqui.
(foto: Brigitte Vuosso)

Nunca me había pasado, comprar un auto, cosa que ya hice algunas veces, dos, a decir verdad, y, en el mismo día, dar literalmente marcha atrás, con el auto, apagado, y con el negocio. Confieso que la devolución del dinero fue una iluminación que me bajó a último momento, hasta me sentía en falta por pedirlo. Y ese momento en que hicimos la troca debería haber sido el momento de desistir de comprar mi capricho, las razones eran obvias, para otro, claro, no para alguien tan terca y a veces tan ciega como yo. Quedamos en que volveríamos a encontrarnos el jueves, así él, que evidentemente no había dormido en varios días, porque durante el día, su momento de descanso, estaba ocupándose de ir y venir con el auto, podía descansar. Jueves estaba bien para mí, hasta me sentía levemente liberada de la responsabilidad de cargar con un auto, apenas un año más joven que yo.Volví al edificio el jueves al mediodía, el fusca estacionado afuera, donde siempre. Me senté al ya conocido volante, moví el asiento para adelante, Severino al lado. Arrancamos sin problema. No recuerdo si fue él o yo quien propuso subir una ladera de Santa Teresa, tomé por el camino que hacen las mototaxis que estacionan en la puerta del Metro, subida intrincada, cerrada y empinada. Subimos sin problema. Le pedí que lo lleváramos a lo del baixinho, el mecánico que le arreglaba el fusca al francés, su taller es la esquina de una calle del barrio de Gloria, al lado de una escuela y un estacionamiento de autos. Severino aceptó con aire de quien confía en su mercancía. Subí a la vereda y me presenté como amiga de Baptiste. El baxinho, realmente bajo, chiquitito, con dentadura escasa, lo primero que hizo fue abrir la puerta del baúl, para ver el motor, o es entonces la puerta del capó, pero trasera? agarró el disco que ya no me acuerdo como se llama, y lo movió casi con violencia, para ver la firmeza, estaba firme, sí. Fue hasta adelante y se lo quedó mirando, moviendo la cabeza negativamente. Me preguntó si ya lo había comprado, no sabía bien cómo explicarle que sí pero no, me preguntó por cuánto y volvió a decir que no con la cabeza, que hiciera lo que yo quisiera, pero él no lo compraría. Qué sabe un mecánico que ni siquiera tiene taller, decía por lo bajo Severino. Hace 20 años que atiendo en la calle, pareció contestar el baxinho, argumentos válidos los dos. Nos fuimos. Severino me ofreció ir a un mecánico que él conocía, en el barrio de Flamengo, un taller de verdad. Accedí con un poco de recelo, pensando que en todo caso, como lo conocían en el taller, aunque grande y aparentemente serio, siempre le darían a él la razón. Como ya eran casi las seis de la tarde, pidieron para dejar el auto en el taller, lo revisarían mañana.  Después del mediodía ya podríamos pasar a buscarlo. Segunda tentativa de compra y de irme a casa sin el patito.
A las dos de la tarde del viernes llego al taller y me lo encuentro a Severino. El mecánico, un morocho gigante apunta el pulgar para arriba y me dice que vaya tranquila, que etsá todo ok. - Bom, vai ficar com ele ou não? me dice Severino ya sin paciencia y evidentemente agotado con el manipuleo del fusca. Me lo quedo, dije, igualmente agotada, pensando en la traba de volante que ya había comprado en el Saara –el once de Río- esa misma mañana. Volvió a cambiarme los papeles del auto por los billetes que saqué del portavalores que llevaba debajo del jean, volví a adelantar el asiento hasta el tope, con un considerable esfuerzo, lo dejé en la parada del Metro de Flamengo y me fui a casa, un poco contenta, un poco asustada, un poco arrepentida. El fusca subió a Santa Teresa magistral, hasta con elegancia. Estacioné frente a la placita de la esquina, estrené la tranca, cerré la puerta con cuidado, lo miré con cariño, orgullosa, deseándole las buenas noches en su nuevo vecindario, donde seguramente se sentiría a gusto, rodeado de otros tantos como él, escarabajos coloridos, más o menos desvencijados.