1.8.10

5 de 108 sucesos en Rio de Janeiro >> El Fusca (parte IV)

Para leer las 3 partes anteriores de este cuento: click aqui.
(foto: Brigitte Vuosso)

Nunca me había pasado, comprar un auto, cosa que ya hice algunas veces, dos, a decir verdad, y, en el mismo día, dar literalmente marcha atrás, con el auto, apagado, y con el negocio. Confieso que la devolución del dinero fue una iluminación que me bajó a último momento, hasta me sentía en falta por pedirlo. Y ese momento en que hicimos la troca debería haber sido el momento de desistir de comprar mi capricho, las razones eran obvias, para otro, claro, no para alguien tan terca y a veces tan ciega como yo. Quedamos en que volveríamos a encontrarnos el jueves, así él, que evidentemente no había dormido en varios días, porque durante el día, su momento de descanso, estaba ocupándose de ir y venir con el auto, podía descansar. Jueves estaba bien para mí, hasta me sentía levemente liberada de la responsabilidad de cargar con un auto, apenas un año más joven que yo.Volví al edificio el jueves al mediodía, el fusca estacionado afuera, donde siempre. Me senté al ya conocido volante, moví el asiento para adelante, Severino al lado. Arrancamos sin problema. No recuerdo si fue él o yo quien propuso subir una ladera de Santa Teresa, tomé por el camino que hacen las mototaxis que estacionan en la puerta del Metro, subida intrincada, cerrada y empinada. Subimos sin problema. Le pedí que lo lleváramos a lo del baixinho, el mecánico que le arreglaba el fusca al francés, su taller es la esquina de una calle del barrio de Gloria, al lado de una escuela y un estacionamiento de autos. Severino aceptó con aire de quien confía en su mercancía. Subí a la vereda y me presenté como amiga de Baptiste. El baxinho, realmente bajo, chiquitito, con dentadura escasa, lo primero que hizo fue abrir la puerta del baúl, para ver el motor, o es entonces la puerta del capó, pero trasera? agarró el disco que ya no me acuerdo como se llama, y lo movió casi con violencia, para ver la firmeza, estaba firme, sí. Fue hasta adelante y se lo quedó mirando, moviendo la cabeza negativamente. Me preguntó si ya lo había comprado, no sabía bien cómo explicarle que sí pero no, me preguntó por cuánto y volvió a decir que no con la cabeza, que hiciera lo que yo quisiera, pero él no lo compraría. Qué sabe un mecánico que ni siquiera tiene taller, decía por lo bajo Severino. Hace 20 años que atiendo en la calle, pareció contestar el baxinho, argumentos válidos los dos. Nos fuimos. Severino me ofreció ir a un mecánico que él conocía, en el barrio de Flamengo, un taller de verdad. Accedí con un poco de recelo, pensando que en todo caso, como lo conocían en el taller, aunque grande y aparentemente serio, siempre le darían a él la razón. Como ya eran casi las seis de la tarde, pidieron para dejar el auto en el taller, lo revisarían mañana.  Después del mediodía ya podríamos pasar a buscarlo. Segunda tentativa de compra y de irme a casa sin el patito.
A las dos de la tarde del viernes llego al taller y me lo encuentro a Severino. El mecánico, un morocho gigante apunta el pulgar para arriba y me dice que vaya tranquila, que etsá todo ok. - Bom, vai ficar com ele ou não? me dice Severino ya sin paciencia y evidentemente agotado con el manipuleo del fusca. Me lo quedo, dije, igualmente agotada, pensando en la traba de volante que ya había comprado en el Saara –el once de Río- esa misma mañana. Volvió a cambiarme los papeles del auto por los billetes que saqué del portavalores que llevaba debajo del jean, volví a adelantar el asiento hasta el tope, con un considerable esfuerzo, lo dejé en la parada del Metro de Flamengo y me fui a casa, un poco contenta, un poco asustada, un poco arrepentida. El fusca subió a Santa Teresa magistral, hasta con elegancia. Estacioné frente a la placita de la esquina, estrené la tranca, cerré la puerta con cuidado, lo miré con cariño, orgullosa, deseándole las buenas noches en su nuevo vecindario, donde seguramente se sentiría a gusto, rodeado de otros tantos como él, escarabajos coloridos, más o menos desvencijados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario